Efemérides

“Pato” Morresi: el ídolo que se fue como vivió, ganando

En el semipermanente de La Plata, Osvaldo Morresi perdió la vida en un accidente tras pisar una mancha de aceite y golpear contra un talud.

Imaginemos una vía férrea por donde viaja un tren, que de vez en cuando detiene su marcha en postas que llamaremos estaciones. En definitiva, la vida, la historia, las vivencias. Casi caprichosamente podemos afirmar que esas estaciones se asemejan a una cajita mágica, en donde viven sucesos, nombres, rostros…

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Pero no todos aparecen ante nosotros. Es que seguramente existe un filtro en esa caja mágica que opta por una u otra situación, por aquel o este otro rostro o nombre. Memoria le dicen, que representa un lenguaje universal. Y tal reza la canción de León Gieco: “Todo está cargado en la memoria. Arma de la vida y de la historia”.

Dentro de esa carga asoma de la caja mágica el recordado Osvaldo Morresi, un sanpedrino que dejó su impronta en el Turismo Carretera.

El “Pato” se transformó en uno de los pilotos más queridos de aquel TC de los semipermanentes en los 70, 80 y gran parte de los 90. Con su simpatía y carisma a cuestas se metió en el alma del hincha del Chivo, que sintió quebrarse aquel 27 de marzo de 1994 con la muerte de uno de sus grandes ídolos.

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En el circuito rutero 19 de Noviembre de La Plata (Ruta 36 y el camino “Costa Sud”), Morresi perdió la vida en un accidente que además truncó días después la de su copiloto, Jorge Marceca.

El TC tenía su bastión en la ruta, pero ya empezaban a aparecer nubarrones negros sobre aquella realidad. Habían pasado cuatro meses de la muerte de Roberto Mouras en el semipermanente de Lobos y todavía la “normalidad” estaba lejos de aparecer en la categoría. Había temor, dudas y las voces contrarias se hacían escuchar cada vez más.

El sol del mediodía de aquel domingo pegaba de lleno, la vera del camino atestada de los fieles hinchas del TC. El Chivo de Morresi mandaba en los relojes en busca de una victoria que le permitiera pararse de manos ante los Ford que eran mayoría con el campeón vigente Walter Hernández, Fabián Acuña, Johnny De Benedictis y “Lalo” Ramos, más la Dodge de “Pincho” Castellano.

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Las banderas del Moño flameaban como orgullosos estandartes que presagiaban una victoria contundente de la marca. Sin embargo, una mancha de aceite se atravesó en el camino, la cupé Chevy perdió adherencia, se le fue de las manos al piloto y la carrera se terminó contra la dureza de un talud de tierra, que ya pasaban a ser un elemento que no respondía a la idea primaria de su concepción.

Tal como le había sucedido al “Toro” en Lobos, el impacto contra esa pared de tierra, casi una columna de concreto, resultó letal para los tripulantes de la Chevy. El ídolo de San Pedro murió en el lugar, en cambio su histórico acompañante falleció días después a raíz de las heridas sufridas. La carrera ya no tenía más razón de ser, entonces asomó la bandera roja. Mientras la noticia fue silenciando a todo el trazado rutero, el “Pato” fue declarado ganador post mortem.

La tragedia se había llevado las vidas de dos ídolos de Chevrolet, y la ACTC no pudo resistir demasiado aquel ritual de los semipermanentes. Desde allí a 1997 tan sólo fueron siete las carreras en ruta. La última en la Ruta 11 de Santa Teresita, el 16 de febrero de 1997. Esa fue la despedida del TC de un escenario que sido su hábitat durante décadas. A partir de allí fueron los autódromos el nuevo sitio de la categoría, que hizo algunas carreras en pistas especiales como en las Bases Aéreas de Morón, Punta Indio y Campo de Mayo.

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En aquellos años, el automovilismo unía ciudades a través de las rutas y el deporte. Así, fuera de las urbes se crecía el entusiasmo por los fierros. El “Pato” (nació el 15 de agosto de 1952) se fue acercando y amando al TC. En su tierra había presenciado el primer triunfo de Torino en la categoría, a manos de Eduardo Copello. A partir de ahí se subió a un karting hasta que debutó sobre un auto con techo en 1975. Fue en el Turismo Nacional con un Fiat IAVA de la Clase B, en la que tres años después se consagró campeón.

Sin embargo, en 1984 llegó el salto de calidad. El TC le abrió las puertas al sanpedrino, que arrancó en el recordado equipo Supertap, propiedad de Eduardo Nicieza (8 de abril de ese año). Era veloz y no le dejaba lugar a las especulaciones, y el 4 de mayo de 1986 en Tandil, dejó atrás a Castellano (Dodge) y Emilio Satriano (Chevrolet). Era la primera de sus ocho victorias tras 153 carreras en el TC.

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Anidó en el alma de los hinchas de Chevrolet, por su biotipo de piloto. Nunca mezquinó acelerador, corrió para ganar y así conquistó la pasión de los seguidores. Fue leal al Moño a pesar de que le tocó pelear en una época hegemónica de Ford y Dodge. No fue campeón, pero su legado quedó prendido en la piel en La 15, en donde lo vistieron con las mejores pilchas de un ídolo. Porque en realidad, Osvaldo Morresi es uno de los grandes reyes sin corona.

Es difícil explicar esa simbiosis entre el piloto-protagonista y el público. El “Pato”, pese a no haber sido campeón y no haber ganado más de una decena de carreras, se convirtió en un ícono del TC.

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No nací para correr especulando, ni pensando en un título… Me gusta correr para ganar y por eso voy siempre al frente. A veces sale bien y otras…”, declaró alguna vez ese ídolo que se fue de este mundo como le gustó vivir: ganando.

osvaldo alvarez
Por Osvaldo Álvarez – Periodista especializado y docente universitario
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