
Se cumplen 25 años del retiro del “Loco”. Fue en una carrera de TC en el autódromo porteño, acompañado por todos sus hijos en pista.
Los íconos de la actividad que fuere nunca son presa del olvido. Pese a que hayan partido, la omnipresencia es su herramienta para sostenerse en la memoria colectiva y que les permite abrir ese bául dorado que resguarda cada uno de los hitos generados. Entonces, si uno mira para atrás aparece, en la hoja 28 de mayo del calendario un hecho que dejó una huella en el automovilismo argento.
Ese día del año 2000, un grande, que fue merecedor de cada una de esas letras, daba un paso al costado para dejar espacio a la sangre nueva. En el autódromo de Buenos Aires, Rubén Luis Di Palma decidía retirarse de las pistas. Y sí, un lagrimón se derramó sobre el asfalto porteño.
Porque se llevaba consigo un conjunto de cualidades que derrochó arriba de un auto de competición. Con el Loco se iban la magia, la valentía, la fiereza, la seriedad, la profesionalidad de artesano, la solidaridad con el compañero, la sapiencia y esa ductilidad tan propía que le permitía, apenas se bajaba del auto, abrazarse con quien minutos antes se había dado duro en mel asfalto. “Nos matábamos en la pista; yo terminaba con un lateral de auto borrado, y el Loco con las ruedas destrozadas, pero llegábamos a boxes y nos íbamos juntos a tomar mate y charlar”. Palabras más, palabras menos, el Flaco Traverso pintaba de cuerpo entero a su amigo arrecifeño y a ese vínculo que facilitaba separar las cosas.
En aquella carrera, Luis salió y terminó en pista rodeado por el clan familiar. Andrea, su hija, fue su acompañante sobre el Ford, y sus otros tres hijos, Marcos, Patricio y Jose Luis -todos con Chevrolet- también fueron parte de la grilla.


El Loco terminó 17°; Marcos, con la Chevy atendida por Pablo Satriano, fue segundo de esa carrera, que meses después (cuatro en realidad) recibió la etiqueta de histórica ante la trágica muerte del recordado piloto de Arrecifes. El “Tavo” Rafael Verna se llevó el privilegio de haber ganado la carrera que marcó el “end of the race” de Luis. Su hijo Marcos y Miguel Angel Guerra (Chevrolet), compoletaron el podio de aquel domingo de mayo.
Meses después, Di Palma perdió la vida en un accidente aéreo (30 de setiembre de ese 2000), a los 55 años, registrado en la zona de Carlos Tejedor. Y en ese tiempo, ya sin actividad en pista, había encontrado otro sitio para desarrollar la pasión por los fierros. Es que trabajaba en un Torino para el TC, que años después sus hijos lograron poner en pista.
Di Palma forma parte de una estirpe de pilotos que el hincha lleva grabada en su piel. No era muy verborrágico, tampoco muy amigo de las cámaras. Lo suyo pasaba más por poner toda la energía en un auto, ya sea en el taller o sobre una pista. Es que fue uno de los más grandes artesanos de nuestro automovilismo. Era capaz de meter mano en un motor, y quizás ahí le sacaba alguna pequeña ventaja al Flaco.

Además, se dio el gusto de ganar con las cuatro marcas en el TC. Ahora bien, si hay que señalar un segmento de brillo y éxito del Loco Luis, ése fue en los 70 cuando generó un fuerte vínculo con Oreste Berta. Con autos construidos por el Mago de Alta Gracia alzó cinco títulos: TC 1970 y 1971; Sport Prototipos, 1971 y 1972; Fórmula 1 Mecánica Argentina en 1974.
Después armó su propia estructura para seguir en el TC 2000 y la ya desaparecida Supercart. De hecho en esta categoría, marcó un hito en el automovilismo nacional, allá por 1990. Es que desarrolló un motor impulsado a gas que lo colocó en un Torino en una carrera desarrollada en el Coliseo porteño
Profeta en su tierra

Muy cerca de este efeméride, aparece otro mojón que llevaba pintado el joven Di Palma. Es que un 31 de mayo, pero de 1964, un pibe que recién hacía sus primeras armas en el TC le daba forma a su primera gran alegría. Con apenas 19 años, aquel chico que había debutado seis meses atrás, un 30 de noviembre, ganaba la 5° Vuelta de Arrecifes. Sí, el Loco pudo ser “profeta en su tierra”.
Carlos Pairetti, con el Chivo 1, asomaba como el gran candidato, pero nadie tenía en sus planes al chico que en los laterales de su Chevrolet llevaba el N°34. Se trató de una carrera extenuante, a tal punto que de los 49 que largaron apenas 13 pilotos arribaron a la bandera de cuadros.
El Dogde de Marcos Ciani se paró en la última vuelta cuando el de Venado Tuerto mandaba en los relojes. Entonces, el gran heredero fue Rubén Luis Di Palma, que instaló la locura en su Arrecifes natal,
Luis se impuso en 3h06m02s, con más de 55s dejaba atrás a Carlos Pairetti (Chevrolet), mientras que completaba el podio Mariano Calamante, con otro Chevrolet.

En declaraciones de la época, el joven Rubén Luis decía que “ganar justo en Arrecifes fue algo increíble. Pensar que hay mucha gente que nunca pudo ganar cerca de su ciudad y a mí se me dio a meses de mi debut”. Y, además, admitía que aquello le había ayudado a conseguir “publicidad”. También, Rubén Luis Di Palma supo inscribir en su foja de servicio haber formado parte de la Misión Argentina en las 84 Horas de Nürburgring en 1969, con los Torino de IKA Renault.
Pero lo cierto es que decidió el retiro en el mismo lugar de sus raíces. Es que fue el Turismo Carretera el que lo recibió y la misma categoría lo vio despedirse con toda la gloria. Quizás sean los modos que adoptan los artesanos para enaltecer la pulcritud de su trayectoria y dejan en claro que ellos también saben cuándo decir “hasta que llegamos”.
