
En abril de 1995 se recuperaba el GP de la Argentina, acompañado por 50 mil almas. Reutemann fue invitado para girar con una Ferrari y Damon Hill fue el ganador.
Son épocas en que se piensa en recuperar aquel glamour y pasión con música de motores. De darse, sería para 2027, según las estimaciones optimistas, pero además representaría un nuevo retorno de la Fórmula 1 a la Argentina. Porque esta semana se han cumplido 30 años de la última reaparición de la categoría en Buenos Aires.
Aquella irrupción de la Máxima de 1995 llevó una mezcla de pasado y futuro. No hubo pilotos argentinos en la grilla oficial, pero una Ferrari con el N°11 con Carlos Reutemann pisó el asfalto del autódromo porteño. Jean Alesi, un francés que era parte del equipo de Maranello, heredó el amor del fierrero argento. Sin Prost ni Senna, sólo hubo un campeón del mundo en pista, un tal Michael Schumacher, que peleaba arriba con el tricolor Benetton. Y además mucho de futuro, con nombres que luego fueron furor en la categoría.
El clima en aquel otoñal abril del 95 no acompañó en los días previos. De todos modos, no fue suficiente para apagar el fuego de los hinchas, quienes colmaron las instalaciones del Coliseo para ver a esas flechas de cuatro ruedas.
Los días previos asomaron con lluvia, una situación que amagaba extenderse al domingo. El sol siguió de licencia, pero al menos el cielo cerró la canilla y el Gran Premio de la Argentina se corrió en el trazado N°6 con piso seco, toda una recompensa para esas 50 mil almas que se habían bancado a pie firme el mal tiempo. Y, como para afirmar que “Dios es argentino”, un rato después, el aguacero se hizo dueño de Baires.

A pesar de la ausencia de una referencia argenta, los hinchas encontraron una razón para delirar en las tribunas en la previa del GP. Habían pasado 13 temporadas desde su última vez en un auto de la Máxima, pero esto no significaba que se hubiera olvidado y apartado de ese ambiente que lo cobijó durante años. Por eso, ese domingo, en la previa de la carrera principal, apareció en pista una Ferrari 412 T1 guiada por el Lole Reutemann. Giró con una bandera celeste y blanca en su mano izquierda, y a su paso, la emoción eclosionaba del otro lado del alambrado. El rojo Ferrari bajo un cielo plomizo y amenazante iluminó el Coliseo, bañó de gloria al santafesino y cubrió de excitación al público, que se puso de pie ante el ídolo ya retirado.
A todo esto, en los boxes también había atracción para el automovilismo argentino. Es que el día sábado, Norberto Fontana era presentado oficialmente como parte del equipo Sauber. El piloto de Arrecifes entraba al Circo más grande del mundo, a partir de que el suizo Peter Sauber decidió que su piloto de pruebas fuera presentado en su país de origen. Y así, el retorno de la F1 a la Argentina fuera una fiesta completa. Si bien, Fontanita (así se lo apodaba en esa época jovial del arrecifeño) era presentado en Buenos Aires, ya había hecho lo suyo en Hinwill, el cuartel general de la escudería en Suiza. Es que allí había trabajado en el desarrollo de elementos que fueron utilizados en Buenos Aires en el Sauber del austriaco Karl Wendlinger.

Sin un piloto argentino en la grilla y con Lole y Fontana en los boxes como partícipes secundarios del espectáculo, el hincha buscó a quién seguir. Quizás por las raíces, los vínculos de inmigración, la elección fue dirigida hacia Ferrari, era casi número cantado. Uno de sus pilotos, el francés Jean Alesi se metió en el corazón del gigante del cemento. El galo contó con el apoyo del hincha argento, a quien lo retribuyó con una excelente tarea en carrera.
Los Williams se convirtieron en la referencia del fin de semana, con el inglés Damon Hill y el escocés David Coulthard. Un escalón más abajo aparecían las Ferrari de Alesi y Gerard Berger, mientras que andaban cerca Schumacher, con un Benetton, y Eddie Irvine, con un Jordan-Peugeot.
El comienzo fue accidentado. Las dos Ferrari llegaron parejas a la primera curva; Alesi, en su intento por evitar el toque con Berger, frenó en exceso, Mika Salo se lo llevó puesto. A esto le siguió un desparramo general en la primera curva. Luca Badoer, que destrozó la trompa de su Minardi, y Alesi, con la parte de la Ferrari deteriorada, fueron los más perjudicados. Y para colmo de males, en la curva de Confitería se dio un toque entre Rubens Barrichello y Johnny Herbert. Consecuencia: bandera roja y media hora de espera.
En la reanudación, Coulthard sufrió con el motor herido que le quitó toda chance, Schumi no estaba con la mejor versión del Benetton, entonces Hill no encontró escollos en su camino a la victoria.

Claro que Alesi y su Ferrari (muletto ante la rotura del auto titular) ponían de pie a los fanáticos con ese andar vertiginoso hacia la punta. La Ferrari roja de Alesi empezó a agrandarse en los retrovisores del Williams del inglés. La emoción afloró en las tribunas con las detenciones en los pits para cambio de caucho y recarga de combustible. Porque Alesi poco a poco limaba la brecha, que se reducía a menos de cuatro segundos. A pesar de que nada cambió, el autódromo estallaba como en las mejores épocas del Lole en pista.
Lo cierto que aquella vuelta de la Fórmula 1 a la Argentina trajo a los consagrados de esa época y a quienes aspiraban serlo. Sin embargo, el pasado se hacía presente, por el Lole, por la Máxima regalando nuevamente su armonía de otros tiempos en Buenos Aires, pero también el futuro, con Fontana esperando su chance, por caso. Y el presente se encargaba de dejar clavado un momento sublime en la memoria, en donde continúa vigente tras 30 años de historia.
