
Roberto Mouras y Oscar Castellano armaron un mano a mano áspero, pero con lealtad. El Toro anduvo a los tumbos en la Vuelta de Bahía Blanca 1983.
El automovilismo y el riesgo van pegaditos, imposible de que uno no exista cuando el otro aparece. Con o sin tecnología el peligro es parte del deporte motor, con lo cual el accidente se integra al asunto. Claro, hay diferentes escalas en cuanto a sus consecuencias e implicancias. Por ello, los “palos” arman un capítulo intenso de la historia, muchos de ellos con finales tristes.
Allá por 1983 se dio un terrible golpe del que se cumplieron esta semana 42 años de añejado. El recordado Roberto José Mouras voló con su Dodge dorada por el aire en lo que fue el desenlace de una reñida lucha con la Dodge de Oscar Castellano. En esos tiempos, era un clásico Mouras-Castellano. Y cerca de allí, el Vasco Jorge Oyhanart, el testigo ocular más cercano de semejante situación.
Fue una época de mucho riesgo en el Turismo Carretera, cuyo hábitat estaba en la ruta. Allí las largas rectas hacían que autos pesados de una potencia cercana a los 450HP levantaran elevadas velocidades con el consiguiente castigo para los frenos.
Un roce casi imperceptible ponía en jaque la estabilidad de un auto arriba del asfalto. Y algo de esto sucede cuando la paridad se instala entre fierros y pilotos. Así fue que en la Vuelta de Bahía Blanca de 1983 la sombra de la tragedia quiso ganar espacio, pero por fortuna no logró el cometido.
Aquella Vuelta de Bahía Blanca, que era organizaba por el Punta Alta Automóvil Club, tuvo como director de la prueba, a un tal Rodolfo Di Meglio, quien luego cambió de lugar en el autódromo para ser un destacado chasista. Se preveía una lucha mano a mano con las dos Dodge del momento, que ponían a la marca de la Estrella por arriba del Boca-River del TC: Ford y Chevrolet.
Y fue así nomás en la final que se desarrolló en el circuito semipermanente de Grünbein, entre Punta Alta y Bahía Blanca, que era un clásico dentro del calendario teceísta de unos 12 kilómetros de longitud, y formado por tramos de la Ruta Nacional N° 3, el acceso a Punta Alta y la Ruta Provincial Nº 229.
Roberto Mouras tomó la punta en el arranque, con Oscar Castellano pegadito, ya que era indispensable aprovechar la succión. En la zona de las eses, Pincho pasó al frente en el camino y en los cronómetros, pero en la recta de la Ruta 3, el Toro Mouras recuperó lo suyo. Así se dieron los golpes de escena vuelta a vuelta, con un Toro más fuerte a la hora de frenar y de volar en el final de las rectas, y con un Pincho con mejor aceleración en la recta de la Ruta 3.
Ninguno de los dos aflojaba, la temperatura iba en aumento junto a la tensión. Hubo un toque, pero siguieron hasta que se llegó a la novena ronda, cuando la carrera encontró su bisagra.
A unos 1300 metros de la curva del puente, la Naranja Mecánica fue por afuera, superaba a la Dorada por media trompa. Mouras no levantó el pie y ambos fueron a parar a la banquina del lado derecho.


Voló el cartel que indicaba que faltaban 500 metros para doblar, pero el gran susto se dio cuando las dos “lanchas” se encontraron de frente con el Ford de Jorge Oyhanart, que había abandonado y había quedado estacionado muy cerca del asfalto. El de Lobería esquivó a Falcon por un flanco, al de Carlos Casares le quedó el otro lado, pero se encontró con el desnivel del terreno que lo llevó al vuelco inexorable. Las volteretas en el aire comenzaron de costado, luego de punta -de trompa- y cerró los raros y peligrosos arabescos de cola.
Tras tantos tumbos, la Dodge dorada, increíblemente, finalizó su alocado recorrido apoyada en sus cuatro ruedas. Roberto Mouras y su acompañante, José Luis Riga, sufrieron heridas de consideración que provocó que ambos terminaran hospitalizados.

Testigo en fuga
El motor dijo que no iba más luego de que se cortase una válvula y el Ford de Jorge Oyhanart quedó a la vera del camino, justo en el sector en donde unas vueltas más adelante se iba a dar el tremendo palazo del Toro. Hacía muchísimo frío ese día en Bahía, como unos 10 bajo cero de térmica, aseguran, lo cual motivó que piloto y copiloto aguardaran refugiados adentro del auto.
Si bien se lo puede tomar como un testigo privilegiado, el Vasco también estuvo en riesgo. “Zafamos ese día, y nos dio la suerte de contarla”, dijo en declaraciones periodísticas.
El de Pilar relató que Castellano había pasado por el lado de su acompañante y de repente, por la otra arista, “algo dorado que daba vueltas y vueltas”.
Semejante situación puso en shock a todos, lo cual generó que “saliéramos corriendo, porque el auto de Roberto pasó volcando al lado mio. Es que agarró la subida de la alcantarilla y el auto salió para arriba”, rememoró el Vasco y agregó: “En el camino se encontraron el motor, la caja, tanque de nafta”.
Ganancia para el Flaco
Mientras Mouras y Castellano se pelearon, el que aprovechó fue Juan María Traverso para llevarse la victoria, con el Ford del equipo de Aventín, mientras que subieron al podio el Gaucho Jorge Martinez Boero, con un Ford, y Emilio Satriano, con Chevrolet.
Y completaron los 10: Oscar Aventín (Ford), Juan De Benedictis (Dodge), Osvaldo Sasso (Ford), Ricardo De Arzave (Torino), Néstor Fernández (Chevrolet), Mariano Calamante (Chevrolet) y Juan Manuel Landa (Dodge). Pese a todo el récord de vuelta quedó para Oscar Castellano, con 3m 42s 3/00 a 201, 53 Km/p/h, marcado en el séptimo giro.
Dos caballeros

Mouras y Castellano armaron un clásico áspero en el TC de aquellos tiempo, pero respetuosos, en el que se cumplía a raja tabla aquello de “todo queda en la pista”.
Si bien el accidente de Bahía Blanca 1983 significó el más impactante, ambos le dieron forma a un par más de confrontaciones duras, pero con buena leche dentro de la pista o la ruta, si prefiere.
También en 1983, los dos se encontraron en el semipermanente de La Plata. Había una suerte de zona de exclusión delante de un puente, ya que dos autos no pasaban juntos. La Dodge naranja encaró primero, Mouras se pasó de la marca, hubo un toque, la Dodge dorada se cruzó y salió hacia la banquina.
Al año siguiente se dio otro round. Fue en Olavarría, en donde volvieron a aparecer las rispideces. En el final de la ruta 226 la succión era clave para ganar la posición y ambos lo sabían. Mouras estaba primero en el camino y Castellano atrás. Doblaron juntos al encarar la circunvalación, el toque fue inexorable. El Toro dobló y se fue a buscar la chicana, mientras que Castellano cortó la curva y esto le significó una penalización que le dio el triunfo al de Carlos Casares.

Muchos temían que esa rivalidad terminara mal, pero ellos sólo sabían que estaban muy lejos de todo aquello. Podían estar en llamas arriba del auto contra el otro, pero abajo nada era igual.
La relación entre Mouras y Castellano caminó por la senda del respeto y del bajo perfil, pero esto no significaba que sobre el asfalto cada uno no defendiera lo suyo. Siempre lo hicieron y lo entendieron como dos caballeros del volante que fueron.
Están en la historia grande del TC, porque cada uno con sus estilos marcaron una época. El combate fue a hierro corto, pero el respeto y la hidalguía no la negociaron. Como tampoco fueron amigos de los micrófonos para criticar o denostar al otro. Es más, habría que hacer una investigación exhaustiva para encontrar si uno denunció al otro alguna vez en el comisariato deportivo.
Por eso, aquello de que todo queda en la pista y que todo queda entre ellos, cobra inmensa realidad. Y si se los bautiza como caballeros de la velocidad, nada será una exageración.
Como para colorear una relación, bien cabe una expresión que alguna vez esbozó, el Pincho de Lobería: “Yo le di brillo a los triunfos de Mouras y él a los míos”.
Talento, roces, accidentes, pero la lealtad nunca desapareció entre estos dos pilotos introvertidos, parcos, que fueron tricampeones: Mouras en 1983, 1984 y 1985; Castellano en 1987, 1988 y 1989. Fueron al límite, a maniobras filosas, que en muchas ocasiones terminaron en toques y en accidente, y le dieron forma a batallas que le han ganado al paso del tiempo.
