Efemérides

Juntos a la par: el Toro de Carlos Casares y el 7 de Oro

El 7 de Oro y Roberto Mouras le dieron forma a una conjunción exitosa de seis victorias consecutivas, que quedó alojada en la rica historia del TC.

La historia y una de las tantas definiciones académicas: “Es la ciencia social que estudia y narra los acontecimientos pasados, a través de la investigación y análisis de fuentes diversas. No sólo se trata de memorizar datos, sino de comprender el pasado, sus causas y consecuencias”.

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En ese enorme pasadizo de tiempo viven innumerables situaciones, decisiones, contextos, fechas, días, nombres y rostros, por caso. De allí asoman los hitos que se dieron en su momento y que de acuerdo a su arraigo en las masas se sostendrán pese al paso de las eras.

¿Si a usted le dicen 7 de Oro, qué se le representa enseguida? No piense, no haga trampa. Sólo tire lo primero que se le viene a la mente. Puede ser una carta del estilo español, cuyo valor se agigante en algunos juegos (truco y escoba de 15, por excelencia). Sin embargo, a mí, qué quiere que le diga, se me aparece la silueta de un Chevy dorada con el 7 en sus laterales.

Sí, es aquel mítico auto que representa una gema del Turismo Carretera y que armó una conjunción 5 estrellas con Roberto José Mouras. Juntos hicieron el deleite de los hinchas del Chivo, armaron jornadas inolvidables a la vera de un circuito rutero.

Recuadro 6 Olavarria 1976

Entre las alegorías fabricadas por esta dupla cobijada por el amor del hincha, asoma una de las rachas más llamativas y recordadas en la categoría. Fueron seis victorias consecutivas que el Toro Mouras y el 7 de Oro hilvanaron en 1976. Arrancó en mayo y se extendió hasta octubre y se quedaron con la mitad de las carreras de esa temporada. Aunque habrá que marcar una pequeña salvedad: se trató de una Chevy que fue mutando de color. Porque la primera mitad lució roja, pero la segunda parte fue el dorado más recordado de la historia.

El primer mojón fue el 9 de mayo en Bahía Blanca, continuó el 13 de junio en la Vuelta de Las Flores y el 25 de julio en Olavarría, en el circuito Luciano Fortabat. Más adelante, en setiembre clavó doblete: el Gran Premio del Llano en Laboulaye, Córdoba (5 de ese mes) y el 19 en la Vuelta de San Miguel del Monte. Así, la media docena de éxitos terminó el 10 de octubre, una vez más en Olavarría.

Este 25 de julio se cumplen 48 años del tercer triunfo de aquel hilado triunfal del hijo dilecto de Carlos Casares. Ocurrió en el semipermanente de Olavarría (5° capítulo de la temporada), a donde Mouras llegó precedido de dos halagos en Bahía Blanca y Las Flores, con aquella roja Chevy Nº 7.

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Se trató de una cita de grandes galas, con protagonistas de primer nivel del automovilismo de la época. Carlos Marincovich era el compañero del Toro, Carlos Pairetti y Rubén Luis Di Palma volvían a la especialidad, además Jorge Cupeiro, ahora con un Dodge, seguía en el candelero, y en la otra vereda se instalaba el equipo Ford, comandado por el Polaco Miguel Herceg y que tenía una lujosa trilogía a cargo de los Falcon:  Héctor, Gradassi, el Flaco  Traverso y “Caito” Iglesias. Es de imaginar que la expectativa desbordaba al costado del asfalto del semi permanente Luciano Fortabat.

El inicio de la final se transformó en una lucha sin cuartel, palo y palo, chapa a chapa. De esas refriegas, el Ford de Pirín Gradassi fue la primera víctima, ya que debió ingresar a boxes, pero volvió muy retrasado. Y desde la octava ronda, el Toro Mouras tomó las riendas para llevarse esa tercera victoria, que era el preludio de un hecho histórico: la irrupción del 7 de Oro.

Jorge Cupeiro (Dodge), Ricardo “Caito” Iglesias (Ford),  Carlos Marincovich (Chevrolet), Luis Saint Germés (Torino), Juán María Traverso (Ford), Hector Gradassi (Ford), Enrique Bravi (Ford), Rubén Luis Di Palma (Ford) y Guillermo Von Wernich (Ford), completaron los 10 primeros del clasificador final.

Del rojo al dorado

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@fotoscejas

Lo dicho: hasta la tercera victoria aquel producto de General Motors lució de color rojo, pero de allí en más se abrió una de las mejores páginas del TC. Porque se pudo presenciar la simbiosis entre un hombre y un auto. Se necesitaban. Juntos eran dinamita pura, pero separados perdían poderío. O al menos eso parecía. Quizás se trataba de una trampa de la psiquis, que sólo aceptaba al 7 de Oro con Mouras y a Mouras sólo con el 7 de Oro.

El cambio de color no respondió a un capricho o a un  golpe marketinero. En realidad, todo partió de un acuerdo comercial, que implicaba para el equipo ingreso de divisas frescas, contantes y sonantes.

La Comisión de Concesionarios de la marca tuvo un papel hegemónico en el tema, porque llegó a un acuerdo de apoyo exclusivo de la destilería Hiram Walker SA, que había modificado la etiqueta de uno de sus whiskys, (el recordado Old Smuggler), que era un óvalo (justamente esa figura geométrica, que identifica a los vecinos de la vereda opuesta) de color verde inglés.

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Miguel Paolantonio (Fuel-Art)

A partir de allí el ingenio popular congenió el color del auto con el número que el Toro había obtenido en el campeonato de 1975, para bautizarlo el 7 de Oros, en alusión también a la carta de la baraja española de alto valor en el truco.

Desde ese punto el Toro y el auto de oro sólo supieron de gloria. Es que el Chevy atendido por Omar Wilke y Jorge Pedersoli, siguió con el tren de la victoria, puesto que apiló tres más, que le dio forma a media docena de victorias al hilo. Sin embargo, no le alcanzó para ser campeón, ya que debió conformarse con el 2.

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Es que la racha se cortó en la Vuelta de Salto (se corrió en el circuito de Pergamino), que se vio manchada por la tragedia. El despiste del Falcon de Eugenio Cali y el vuelco del Chevrolet de Carlos Nani dejaron como saldo luctuoso tres muertos y 17 heridos. Ante ello, la CDA del ACA decidió suspender las carreras en ruta.

De ese modo, la última parte de la temporada -tres pruebas- tuvieron lugar en el autódromo de la Ciudad de Buenos Aires. No era el mejor hábitat para Roberto Mouras, quien se sentía mejor en la ruta. El de Carlos Casares sufrió retrasos y eso lo aprovechó el equipo oficial Ford, que hilvanó tres triunfos: dos de Pirín Gradassi y el otro del Flaco Traverso y con ello el piloto cordobés se quedó con su cuarto título en el TC.

En 1977, Mouras ganó un par de carreras y a fines del 78 en una temporada que raramente no lo tuvo entre los candidatos decidió alejarse del TC. Y el final de aquel mítico auto no fue el soñado. Lejos estuvo de eso.

Occhionero accidente

Entonces, el 7 de Oro pasó a manos de Juan Occhionero, quien obtuvo tres triunfos con aquel Chevrolet, y hasta peleó el campeonato. Lo cierto es que el piloto de Necochea tuvo en sus manos al ex 7 de Oro (ya había sido pintado de amarillo y negro) hasta el 18 septiembre de 1983 en Tandil, que fue escenario de la Vuelta de Lobería.

Se trató de una jornada triste, porque había que dejar partir a aquella joya mecánica. En la llamada Bajada de Belén, el auto volcó, se fue contra la banquina y terminó contra los árboles. Occhionero sufrió la rotura de cuatro costillas, pero salvó su vida por la estructura sólida del Chevy.

El tremendo accidente dejó muy mal herido al 7 de Oro, o lo que quedaba de él; todo mal trecho fue a parar a los terrenos de la quinta de un amigo del Colorado. Tiempo después, el propio Juan Occhionero donó varios elementos para el Museo de Mouras, los que ayudaron para que se pudiera armar una réplica.

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Más allá del triste epílogo, Roberto Mouras consolidó su figura por su habilidad a la hora de manejar, por su ascendencia, pero mucho tuvo que ver aquel 7 de Oros, que lo acompañó en sus mejores gestas.

Así, ambos se instalaron de la mano en la historia, porque lograron que los hinchas del “Chivo” entraran en una galería de locura y pasional.

Osvaldo ALVAREZ
Por Osvaldo Álvarez
Periodista especializado y
docente universitario
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