
Se cumplieron 32 años de la partida del inglés, quien fue campeón en 1976 con un McLaren M23. Nunca se encorsetó a los protocolos.
Aquella imagen del casco negro que contrastaba con el naranja y blanco de su McLaren número 11 (hoy el blanco está reemplazado por el negro) quedó instalada en la galería memorial de la Fórmula 1, en la que fue campeón en 1976. Era la inequívoca señal que marcaba la presencia de James Hunt, quien hace 32 años pasó a otro plano.
Se fue muy joven, apenas 46 años, cuando un infarto lo emboscó. Quienes tuvimos el privilegio de vivir fin de semana a fin de semana aquella época de la categoría también disfrutamos de pilotos excelsos, con características diferentes, pero en todos los casos enamoraban desde el talento, desde el glamour, desde la sapiencia, desde la valentía, desde el show. James Simon Wallis Hunt cargó con la etiqueta de ser rápido como única cualidad; nada más alejado de la realidad edificada por aquel inglés que vivía y vivió en la inmediatez, en el “aquí y ahora”, como si no hubiera futuro.

Sin dudas, se trató de un habitante excéntrico de otra era, y que hoy no estaría contemplado en la Máxima. James Hunt fue parte de una F1 distinta a la de hoy, en la que es dominada por psicólogos, nutricionistas, coaches mentales, controles y especialidades de todo tipo.
Para muchos, el inglés vivió en los excesos y esto lo puso en el foco del caos, pero también fue cierto que cuando subía al auto el chip cambiaba automáticamente y pasaba a ser el piloto profesional, valiente, el que iba a todo o nada a partir del talento innato.
“Mi mejor entrenamiento es el sexo”, frase de cabecera de quien era el gran rey en el mundo femenino. Siempre se lo podía ver rodeado de verdaderas blondas, con un infaltable cigarrillo entre sus dedos a segundos de calzarse el casco, y el alcohol tampoco faltaba a la cita en su vida.

Mujeres, tabaco, alcohol, trasnochadas eran parte de la previa de un GP para el inglés. Lo paradójico es que luego se sumaba a la grilla y acto seguido vencía a los mejores. Claro, para comprender hay que hacer contexto. En esa era, el estado físico no tenía la injerencia de la actualidad.
Así vivía; era un “tómalo o déjalo”. Hunt sonaba a sinónimo de libertad, que no se ataba a ciertos protocolos de comportamientos sociales, tampoco a contratos que le colocaran límites que él sabía que superaría. Un rebelde, casi un anarco de aquella época de la Máxima, un playboy, divertido cuando debía o podía serlo. Sin buscarlo, rompió esas reglas no escritas.
Alguien, alguna vez, enhebró una definición cercana a la exactitud: “Una estrella de rock, un rockstar, atrapada en el cuerpo de un piloto”. Sin embargo, no eclipsa sus dotes arriba de un auto de competición. Es que podían convivir en él, las fiestas salvajes con su talento y su carisma inigualable.

James Hunt estudió en Wellington College en Berkshire, Londres, siguió la carrera de medicina, pero a sus 18 años un amigo lo invitó a ver una carrera. Allí apareció la bisagra en su vida. Sintió esa atracción fatal y a una edad que hoy se debe mostrar si está o no para la Formula 1, él arrancó a competir. Y lo hizo en la categoría Mini, tras ello siguió en la Fórmula Ford y Fórmula 3. Por esos tiempos, el rubio londinense ya comenzaba a mostrar lo rápido que era, aunque esto lo puso en riesgo de accidentes. Por ello, lo bautizaron como “Hunt the Shunt” (significa “accidente”).
Por el año 1972, su camino se cruzó con el de Lord Hesketh, que lo llevó a la Fórmula 2 y de allí el salto casi meteórico a la Fórmula 1. En 1973, allí apareció con un Hesketh blanco, con guardas azules y rojas y el número 24. El primer gran aviso de su excentricidad se dio en su buzo con la leyenda “Sexo, el desayuno de los campeones”. Los resultados hicieron ruido, más aún con su primera victoria en la Máxima, que se dio el Gran Premio de los Países Bajos en 1975, en Zandvoort.
Sus apariciones sobre el blanco Hesketh blanco y sin sponsors, llamaron la atención en McLaren luego de que se desvinculara el brasileño, Emerson Fittipaldi. El pase se dio en 1976, que se transformó en una temporada salida de un cuento de hadas: James Hunt logró seis victorias para llevarse el título tras un año con mucha turbulencia.
La rivalidad

Sin querer el versus se armó. Niki Lauda, hombre de Ferrari, y James Hunt, con el auto histórico sponsoriado por Marlboro, se transformaron en los íconos de esa temporada. La perfección encarnada por el austríaco, se ponía cara a cara con el desparpajo del inglés.
Hunt fue descalificado en técnica (pasado la medida del ancho del M23) en el Gran Premio de España, pero luego fue declarado ganador al ser reclasificado tras las apelaciones presentadas por McLaren. Sin embargo, en Silverstone logró su séptima victoria, pero que le fue anulada debido a una penalización por un accidente en el que estuvo involucrado. Las turbulencias no se quedaron allí, puesto que en Monza lo obligaron a salir desde el último lugar a raíz de una supuesta anomalía en el combustible utilizado.
El dominio de Lauda en el campeonato era casi abrumador. Hasta que llegó Nürburgring, el Gran Premio de Alemania, el 1 de agosto. El metódico piloto de Ferrari mandaba con 61 puntos, más atrás aparecían Jody Scheckter, con 36 y James Hunt, 35. Lauda perdió el control de la Ferrari 312 T2 y se estrelló contra las contenciones de metal a pocos kilómetros de iniciada la prueba. El incendio del auto fue el siguiente acto para armar una situación dantesca. El austríaco sufrió quemaduras de primer y tercer grado en su cabeza y manos; salvó su vida gracias a la ayuda de varios colegas que detuvieron la marcha para auxiliarlo y sacarlo del auto. Tras semanas de internación y operaciones, volvió en el Gran Premio de Italia. Claro que a esa altura, James Hunt había achicado distancias con los triunfos en Austria y Países Bajos.

Entonces, el campeonato arribó a la última fecha con tres puntos de distancia a favor de Lauda sobre Hunt. Y esperaba el Gran Premio de Japón, en Fuji, el escenario del desenlace.
Una temporada fluctuante, con golpes de escenas de variado tenor, exclusiones, reclasificaciones, no podía terminar con un toque de normalidad. Así fue que la lluvia torrencial no quiso perderse la definición del campeonato.
Niki Lauda aún exhibía la fiereza de lasllamas en la piel de rostro y cuerpo. La decisión no fue simple para el hombre de Ferrari, quien optó por no arriesgar su vida y en la segunda vuelta dejó la pista. Con ello, James Hunt encontró el camino libre, recibió la bandera de cuadros en el tercer lugar, detrás de Mario Andretti y Patrick Depailler. Y así se coronó campeón en aquella temporada de 1976.
“Debo disculparme con Niki porque esta carrera se corrió en circunstancias ridículas. Entiendo que se haya retirado. Luego de un accidente así, ¿Qué más podía hacer? Siento que soy un justo campeón, pero que también lo es él. Me hubiese encantado que empatáramos”, declaró tras aquel GP aquel irreverente que jamás se ató a los protocolos de “buenas costumbres”.

Esa rivalidad entre los dos pilotos hegemónicos de ese momento trepó a tales niveles de intensidad que se vio reflejada en el cine. Es que en 2013 se estrenó la película “Rush”, dirigida por Ron Howard y en la que se recrea dos formas de entender el automovilismo. El actor australiano Chris Hemsworth interpretó a James Hunt, mientras que Niki Lauda fue personificado por el actor español, Daniel Brühl González.
James Hunt había trepado al Olimpo y la siguiente escala era mantenerse. Sus formas, su vida, su perfil no les dio pista para volar. De allí en más la curva experimentó un descenso progresivo. Fueron tres victorias en 1977, año en que debió defender el 1, pero también recibió multas por accidentes o por no ajustarse a las normas de la FIA (en Japón no acudió al podio).
Tras el quinto lugar en ese campeonato, en 1978 apenas completó seis de las 16 carreras y sólo sumó ocho puntos. Monza de esa temporada lo tuvo como un héroe, como un rescatista, ya que sacó del auto en llamas a Ronnie Peterson, quien se había estrellado contra el guard raid a metros de haber largado. El sueco, al día siguiente, falleció en el hospital y Hunt responsabilizó al italiano Ricardo Patrese por el accidente y nunca se lo perdonó.
Pese a la floja temporada, Ferrari lo fue a buscar en 1979, pero se dio el lujo de rechazar el convite de don Enzo Ferrari. Es que decidió sumarse al equipo Wolf, en donde los resultados nunca aparecieron y con ello tras el Gran Premio de Mónaco, el inglés dio un paso al costado. Había llegado a la conclusión que su tiempo había pasado, pese a que apenas habían transcurrido seis años de su debut en la Máxima.
Una vez debajo de un auto de carreras, se transformó en comentarista de la BBC en las transmisiones de Fórmula 1, hasta 1993. Ese año se apagó su vida a los 46 años, a raíz de un infarto de miocardio en su casa en Wimbledon, al día siguiente que le había propuesto matrimonio a su pareja de ese momento, Helen Dyson.
Su vida fue a todo vértigo, sin acartonamientos, sin protocolos efímeros. Quizás, tras el GP de Mónaco, James Hunt haya visualizado que la F1 empezaba a dejar de ser ese lugar que había elegido para volar y ser libre. Ya era otra cosa con la irrupción de la tecnificación, negocios, patrocinadores que presionaban por resultados, y que éstos no siempre significaban ganar. Nada que ver con su concepción de ir a todo o nada. Ya no era para él, porque entendía que vivir era acelerar con destino a romper reglas no escritas.
