Opinión

Un Toro endemoniado: la hazaña jamás soñada

Desde los 90, la industria nacional lucha, y en desventaja, contra la importación y la invasión tecnológica foránea. A pesar de las políticas diseñadas por algunos gobiernos de turno, aún se mantiene en pie, tambaleándose, pero en pie. Quizás mucha incidencia tengan las mentes brillantes de nuestros ingenieros, mecánicos y técnicos, para que no se seque el manantial de sabiduría. Este pequeño y austero relevamiento de tres décadas argentinas viene a cuento de sostener algo que nos pincha, que nos pellizca, que nos sacude: la memoria.

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Y ella, inexorablemente, nos conduce a revisar la historia, en donde viven orgullos, satisfacciones y valoraciones. En ese arcón de los recuerdos aparece una hazaña, una victoria -pese a que los números digan otra cosa-, de una verdadera selección de talentos argentos. Fue allá en 1969, desde un 20 de agosto y por casi cuatro días, en las 84 Horas de Nürburgring.

Allí tres joyas de la mecánica argentina hicieron que la subestimación europea quedara ridiculizada. Porque la Misión Argentina a Alemania generó curiosidad y una profusa sorpresa por las prestaciones de nuestro querido Torino.

Usted leyó bien más arriba: sí, era una selección. Era como tener a Lio, al Diego, al Fideo, al Matador, al Gran Capitán, al Pato, al Dibu al mismo tiempo. Porque había embajadores en ese puñado de soñadores y exitosos. El director deportivo era nada menos que el Quíntuple Juan Manuel Fangio; al director técnico lo llamaban el Mago de Alta Gracia: un tal Oreste Berta. Sí, estaban Diego y Lio juntos.

El sueño arrancó entre ellos en uno de los tantos viajes  a Europa. IKA (Industrias Kaiser Argentina, luego adquirida en los 70 por Renault), desde su planta en Santa Isabel (Córdoba),  facilitó los tres Torino 380w, con nueve pilotos (tres por auto) y un suplente. En el Toro N°1 iba con el Loco Rubén Luis Di Palma, Carmelo Galbato y Oscar Cacho Fangio; el Toro N°2 fue guiado por Gastón Perkins, el Chino Eduardo Rodríguez Canedo y Jorge Cupeiro; y el Toro N°3 se deslizaba con Alberto Rodríguez Larreta, conocido como Larry, Eduardo Copello y Oscar Mauricio “Cacho” Franco. Y como único suplente, un pibe que recién arrancaba: el Nene Néstor García Veiga. Otra Selección.

La lluvia le puso un grado más de complejidad a la situación en el circuito del Nordschleife, de 27 kilómetros de extensión y más de 250 curvas, en donde el reglamento de esta maratón fierrera no permitía las reparaciones en los autos por parte de los mecánicos.

Lo cierto es que Galbato en el Torino 1, Cupeiro a bordo del 2 y Larry en la cupé 3 iniciaron la ruda competencia. La corriente europea de sofisticación miraba sin entender qué hacían allí esos tres autos, que ellos los sentenciaban como “Elefantes” por la trompa de los Toro. Pero enseguida esos pesados mamíferos se convirtieron en peces bajo el agua que caía. Por caso, el Torino de Copello, Larry y Franco lideró durante más de 50 de las 84 horas.

Había sorpresa en el mundo entero. Sin embargo, el desgaste empezó a pasar factura. Así, el auto N°2 fue el primero de la legión argenta en dejar la carrera por un despiste mientras lo manejaba Cupeiro, con poco menos de 50 vueltas realizadas. Luego, el Toro N°1 se quedó a oscuras en la noche cuando el Loco Luis estaba al volante. Entonces, todas las fichas quedaron en el casillero del Torino N°3, y ya sin risas ni burlas de los soberbios europeos.

Una penalización del comisariato deportivo (escape roto y exceso de decibeles) relegó al Toro al cuarto lugar. El Quíntuple apuntaba a conservar esa posición, que ya era una victoria, el Mago quería ganar. El plan inicial era que cerrara la carrera Copello, pero arriba del auto estaba Cacho Franco. Ingresó por última vez para recarga de combustible y esperaba la orden de bajarse. Pero los egos no tenían espacio en esa selección. La indicación fue que siguiera, porque era el designado para terminar la carrera.

Años después, Franco confesó que la última vuelta fue a pura lágrima. Además del enorme logro para la industria nacional, Cacho Franco pasó de ser suplente y a casi no viajar, a ponerle el broche final con el único Torino que había quedado en pista.

Ganó un Lancia HF, con 322 vueltas, pero el Toro N°3 fue el auto que más vueltas dio en la pista con un total de 334. La penalización le quitó 19 vueltas por las reparaciones y finalmente quedó 4º, con un total de 315 giros.

El regreso al país quedó grabado a fuego. Una caravana al mejor estilo de un equipo campeón del mundo saboreó esa hazaña, porque se trató de una de las principales gestas del deporte argentino. Es que fue el día que el automovilismo nacional le borró la sonrisa a las potencias. Fue el día en que un “Elefante” fue un Toro endemoniado.

Por Osvaldo Álvarez – Periodista especialista en deportes y docente universitario
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