Opinión

Niki Lauda: la leyenda nacida en el Infierno Verde

La Fórmula 1 alberga miles de historias en su baúl de los recuerdos, muchos son una caricia a la memoria, otros, en cambio, se asemejan a duras ráfagas que derriban cualquier sonrisa y hasta provocan la caída de un lagrimón.

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Cuando arrancaba el mes de agosto de 1976, el mundo fierrero, deportivo y general, quedó perplejo por un accidente en el Infierno Verde, tal como se conocía al mítico circuito alemán de Nürburgring. Se trató de uno de los golpes de escena más traumáticos en la Máxima, del que Niki Lauda increíblemente sobrevivió, aunque con graves heridas, cuya mayoría tenían que ver con terribles quemaduras en su cabeza y rostro.

La lluvia que caía en el Nordschleife clavaba un clima de tensión en la previa del Gran Premio de Alemania. Salvo el local, Jochen Mass, compañero de equipo McLaren de James Hunt, los demás calzaron neumáticos para piso húmedo.

La extensión del circuito marcaba que la lluvia y el sol fueran vecinos. En aquella jornada, la mayor parte del circuito de 22 kilómetros lucía el asfalto seco, lo cual provocó que todos volvieran a boxes al cabo de la primera vuelta para cambio de gomas. Entre ellos, Lauda, que mandaba en el campeonato con 58 puntos (detrás Hunt, con 35), quien salió como una exhalación con caucho liso.

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Era el preludio del espanto. Luego de dejar atrás la curva Bergwerk, la rotura de la suspensión hizo que la Ferrari 312T2 se fuera hacia la derecha, golpeara contra las defensas, volviera a la pista ya envuelta en fuego. El alemán Harald Ertl y el estadounidense Brett Lunger no alcanzaron a esquivar a aquella bola incandescente. El italiano Arturo Merzario detuvo su marcha y ayudó para extraer al austriaco sacarlo del monoplaza. Todo era angustia y terror.

Aquella mañana de domingo de Fórmula 1 en Buenos Aires, como lo eran cada 15 días, se empañó de espanto y tristeza. Las noticias daban cuentan de que Lauda estaba al borde la muerte, tanto que, según cuenta la leyenda, hasta un sacerdote le administró la extremaunción.

Su mujer, Marlene, fue junto a él en el helicóptero de sanidad que lo trasladó a un centro asistencial. En el autódromo toda era silencio, no había espacio para las rivalidades. Lauda había inhalado humo tóxico, tenía contusiones en el pecho, además de quemaduras graves en el rostro y la cabeza. Perdió la oreja derecha, sus pestañas y cejas se quemaron. Por ello, en el hospital fue inducido al coma por precaución y se le practicó cirugía con riesgo de vida.

Eran tiempos de mala convivencia entre Lauda y Hunt, que había llegado ese año a McLaren procedente de Hesket. La relación entre ambos distaba de ser amena. Eran dos personalidades antagónicas: la sensatez, seriedad y profesionalidad del austríaco, contra la desfachatez, la informalidad y la insolencia del británico. Estas enormes diferencias que los separaban fueron reflejadas en la película Rush, pasión y gloria en 2013, dirigida por Ron Howard, y protagonizada por los actores Chris Hemsworth y Daniel Brühl, quienes interpretan a los pilotos de Fórmula 1.

Todo eso quedaba de lado, tanto como la lucha que ambos mantenían por el título de esa temporada. Es que la vida de Lauda estaba en peligro.

Sin embargo, el recordado austríaco se reinventó, emergió literalmente de las cenizas. Los mejores especialistas estuvieron a su lado, su rostro dañado por el fuego se reconstruyó y sin que nadie lo creyera en tan sólo seis semanas después volvió a las pistas. Y ya recuperado mostró su arista de gratitud: le obsequió un reloj de oro en agradecimiento a Arturo Merzario.

Retener el título era la obsesión. Por ello, aguantó el dolor en su cabeza dañada cada vez que debía calzarse el casco.  Sumó tres carreras. La primera fue en Monza, en el Gran Premio de Italia, en donde llegó en el cuarto puesto de la fila india.

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Sin embargo, también hubo espacio para el raciocinio. El título daba su último veredicto en Suzuka. La lluvia azotó a Japón ese día. Las condiciones no estaban dadas para correr; luego de eternos cabildeos, se impuso la postura de seguir con el show a cualquier precio.

Pero Lauda, mientras el mal tiempo se encaprichaba en pasar el día en el Imperio del Sol Naciente, decidió no largar, y le dejó el camino libre a la consagración de Hunt, que con el tercer lugar se quedó con el título por un punto (69 a 68).

Quizás el compromiso con la vida lo llevó a dejar el casco guardado en Suzuka. Y el premio le llegó por partida doble. Porque multiplicó por dos ese título perdido: 1977, con Ferrari y 1984, con McLaren, sumó dos coronas más a la que ya había alcanzado en 1975 con la Casa de Maranello.

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Algunos se atrevieron a acusar al austríaco de miedoso. Justo a él, al metódico, al profesional, al hombre que un par de meses antes se había visto cara a cara con la muerte, y que le ganó la pulseada, en lo que fue su victoria más monumental de su carrera. Es que ese hombre se convirtió en leyenda en el Infierno Verde.

osvaldo alvarez
Osvaldo Álvarez – Periodista especialista en deportes y docente universitario

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