
El 21 de octubre de 1973, Nasif Estéfano perdió la vida cuando se dirigía a su Concepción natal. Iba a festejar el Día de la Madre.
La vida suele dar pantallazos de felicidad y de tristeza. Es como una moneda de dos caras, como el símbolo que identifica al teatro. En el medio aparecen raros vericuetos como ríos internos que dibujan un camino recto o sinuoso, lleno de rosas o de espinas, de tierra fértil o plagado de aridez.
También son señalados como “burlas del destino”. Más allá de la ecuación filosófica de cada quien, la figura de Nasif Moisés Estéfano asoma desde el recuerdo póstumo, diáfano y enriquecedor para el automovilismo argentino. El piloto tucumano dejó este plano el 21 de octubre de 1973, en su tierra, en su ley y por una burla del destino o por esos raros vericuetos.
En aquel 21 de octubre de 1973 se desarrollaba la segunda etapa del Gran Premio de Turismo Carretera “Reconstrucción Nacional”, que unía La Rioja con Concepción, en Tucumán, el patio de su casa…
Eran caminos que el Turco conocía y que podía dibujarlos con los ojos cerrados. Era el Día de la Madre. “La vieja me estará esperando en Concepción más contenta que nunca”, había dicho antes de largar con el Ford Falcon azul oficial.

La burla del destino o los vericuetos, vaya a saber qué, hizo que nunca llegara a darle un beso a su madre, a raíz de un accidente que se llevó su vida. Estremece semejante historia, que parece salida de un film, de un guión cinematográfico. Lamentablemente es parte de una realidad que codeó con lo absurdo.
El Turco tomó la amplia curva del empalme de la Ruta Provincial 9 y la Nacional 60; en el frenaje el Ford derrapó y el vuelco fue el corolario. Allí, en un segundo, todo se terminó.
El cinturón de seguridad no alcanzó para evitar que saliera despedido del auto; su cuerpo voló cinco metros de distancia y la fuerte contusión en la cabeza apagó su vida. En cambio, su copiloto, José Pascioni solo sufrió un fuerte golpe en una pierna.
Los peritajes determinaron que el accidente se produjo a raíz de una falla en los frenos. Según las explicaciones de la época, en la fatídica curva en Aimogasta, el piloto tucumano siguió de largo, ya que cuando tiró el rebaje y posterior frenaje, se desprendió la pedalera. Luego se comprobó que había saltado una chaveta o un perno que aseguraba la sujeción de esos elementos. Entonces, al perder el auto, Nasif intentó esquivar al público ubicado en la curva y allí se produjo el vuelco fatídico.

Aquel Gran Premio Reconstrucción Nacional, entre La Rioja y Concepción, con un recorrido de 454 kilómetros para totalizar poco más de 964 km, no tuvo fiesta ante la tragedia que acabó con la vida de Nasif, quien igualmente se coronó campeón post mortem.
La etapa la ganó Eduardo Giordano con Torino, seguido por Héctor Gradassi con Ford y Miguel Ángel Parodi con Dodge. En tanto, la clasificación general tuvo a “Pirin” Gradassi con Ford, seguido por los Toro de Giordano y Francisco «Colo» Espinosa.
El inicio

Por otro lado, la historia del Nasif Moisés Estéfano comenzó en Concepción, Tucumán, en donde nació el 18 de noviembre de 1932. Era el segundo hijo de Jorge Estéfano y Elía Chantire, ambos inmigrantes libaneses. En su adolescencia, el joven Nasif descartó seguir con los estudios para meterse de lleno en la mecánica, que lo apasionaba, y desde allí emergió el piloto de competición.
El Califa, que debutó en el automovilismo el 6 de enero de 1952 con apenas 19 años en la categoría Fuerza Libre provincial, luego se subió a los monopostos. Y arriba de un Ford logró su primer triunfo el 28 de agosto de 1955 en un circuito de Juan Bautista Alberdi, en Tucumán.

Más tarde, en 1964, el recordado Andrea Vianini lo invitó a correr en Europa y con un Porsche triunfaron en las 12 Horas de Reims, donde superaron a equipos oficiales. Dos años después se llevó una ovación en el Parque Independencia de Rosario, cuando se presentó la temporada internacional de Fórmula 3, en donde el tucumano descolló ante pilotos europeos. Enseguida llegó la hora de subirse a los Sport Prototipos, en donde volvió a dar muestras de su talento.
Su camino, en 1972, se cruzó con el Turismo Carretera definitivamente. El punto de partida lo dibujó Ford en su afán de recuperar la gloria en el TC. Habían pasado siete temporadas sin alegrías, que llevó a la empresa del Óvalo a apostar fuerte. Jugó una ficha pesada al apostar por un equipo oficial. Primero se eligió al Polaco José Miguel Herceg, como el principal responsable del equipo. No era para menos, puesto que la confianza se colocaba en uno de los mejores motoristas argentinos de la historia.
Posteriormente la decisión tuvo que ver con armar la escudería con nombres fuertes. Por ello, llegaron Pirín Héctor Luis Gradassi y Nasif Estéfano. Así arrancaron, aunque luego se sumaría un joven de Ramallo, con muchas ganas y algo de irreverencia. Con 22 años llegaba Juan María Traverso, que siempre nombró al Turco como uno de sus grandes maestros en el automovilismo.
En esa primera temporada, Nasif logró tres victorias: Pergamino, El Desafío de la Cordillera y la Vuelta de Hughes.

Habían quedado buenas sensaciones que llevaron a armar grandes ilusiones para la temporada de 1973. El Califa sintió que podía darse, que ese campeonato podía ser suyo. Y desde la segunda fecha comenzó a agrandar el sueño, a base de triunfos. Es que se impuso en forma consecutiva en la Vuelta de 25 de Mayo, San Juan-Calingasta y Tandil. Un lapso posterior lo vio ganador en Olavarría y en el circuito El Challao, en Mendoza.
Hasta allí todo pintaba lindo para que el Turco pegara un pleno en ese 1973. Porque llegó a la 13ª fecha con una ventaja apreciable, tanto que en el GP Reconstrucción Nacional pudo haberse consagrado campeón.
La carrera ya había arrancado difícil, puesto que en la primera etapa, que comenzó en Catamarca, Humberto Pasciulli se accidentó con su Chevrolet 400 y falleció. Dos días antes de la última función del Turco. Pero el show debía continuar.
Dicen que en lo que fue la última cena, Nasif había adelantado que andaría tranquilo, porque tenía mucha ventaja y además “mi vieja me está esperando”, según reprodujo el portal Visión Auto.
Nasif sabía que debía cuidar la ventaja de 10 minutos. Sólo eso para ganar y quedarse con el venerado título del TC. Sin embargo, nunca llegó a ver a su madre, no pudo ganar la carrera, pero sí alcanzó el titulo para convertirse en el único campeón post mortem de la categoría. Es que en las últimas dos fechas su compañero de equipo Gradassi y Octavio Suárez (Dodge) no pudieron alcanzarlo en el campeonato.
Allí, en su tierra, se apagó una sonrisa amplia que asomaba debajo de su inconfundible gorra escocesa. Se iba un generoso de la amistad.
En su memoria, una avenida de su Concepción natal y el Museo del Automóvil Nasif Estéfano llevan su nombre, y en el lugar del accidente se ha levantado un monolito que vigila el camino. También se honró su recuerdo entre 1970 y 2005 en un autódromo emplazado en el Parque 9 de Julio de la capital de Tucumán.
Iba a ser festejo doble ese domingo 21 de octubre de 1973. Pero esos vericuetos de la vida, o esa burla del destino, cambiaron de canal, le puso una trampa mortal a un tucumano que se escondió en el corazón de los fierreros.









