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Master class en Estoril: Ayrton, el domador de tormentas

Pasaron 40 años de la primera victoria de Ayrton Senna en la Máxima. Ocurrió en el GP de Portugal, donde el brasileño con un Lotus dio cátedra de manejo bajo el agua.

Los días previos al Gran Premio de Portugal habían transcurrido con cierta normalidad, pero aquel domingo 21 de abril de 1985 el mal tiempo castigó la ciudad costera de Cascais y Estoril, en la Riviera portuguesa.

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El día de la competencia, el clima no acompañó, la pista se empapó y con ello la Fórmula 1 no sabía que estaba en el umbral de conocer al domador de tormentas, un Gene Kelly de la F1, que cantó bajo la lluvia. Estaba a punto de aflorar la innata habilidad de Ayrton Senna en un entorno intrincado. Ese día, el recordado ídolo logró su primera victoria en la Máxima, tras 17 carreras disputadas, con un Lotus 97T impulsado por un motor Renault.

No sólo se trató de un triunfo épico, admirable, que instaló la fascinación por ese paulista, quien un año antes había estado a nada de empaparse de gloria en Mónaco, sino que además demostró que era capaz de reproducir aquella actuación del callejero monegasco.

La temporada 1984 llevó la etiqueta de Toleman para Ayrton. Bajo la lluvia en Montecarlo no pudo ganar y debió conformarse con el segundo puesto a raíz de que se paró la carrera por efectos de la lluvia. Con ello, se clasificó con la vuelta anterior y así Alain Prost se quedó con el premio mayor.

El siguiente paso puso al brasileño en Lotus. En su tierra natal abandonó, pero en la segunda carrera con el auto negro, Senna hizo volar la gorra de Colin Chapman, un clásico del dueño de la escudería ante cada victoria de uno de sus pilotos.

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Ayrton lidera el pelotón en la húmeda pista de Estoril.

Estoril abrió el juego dominguero con lluvia. Entonces, a su juego lo llamaban al brasileño. No defraudó a nadie porque sobre su Lotus-Renault dio una clase magistral de manejo sobre pavimento mojado y con lluvia intensa durante toda la carrera.

Ese contexto dificultoso no alcanzó para achicar el gran trabajo de Ayrton, quien ganó desde la luz verde a la bandera de cuadros. En realidad se trataba del primer eslabón de una cadena de éxitos y de master class a la hora de guiar un monoposto nervioso en condiciones anómalas, que vendrían.

La carrera terminó por tiempo, con Senna al frente con un tiempo de 2h 00m 28s 6/1000, escoltado por la Ferrari del italiano, Michele Alboreto, a 1m 2s 978/000 y el Renault del francés  Patrick Tambay, a una vuelta. Elio De Angelis (Lotus), Niguel Mansell (Williams-Honda), también a una ronda; y Stefan Bellof (Tyrrell Ford Cosworth), a dos giros, completaron los seis primeros del clasificador.

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En el arranque asomó la perfección para el brasileño, que indicó el camino por sobre su compañero de equipo, el italiano, Elio De Angelis, y las Ferrari de Alain Prost y Michele Alboreto. ¡Menos mal que había llegado a la carrera sin haber probado con piso mojado! Es que tras la primera vuelta lideraba con 2.5 segundos de ventaja, algo impensado para tan pocos metros de carrera y dejó al tercero a una vuelta. Entonces, entre el spray del agua y la contundencia propiamente dicha, el Lotus fue desapareciendo a simple vista de sus perseguidores.

Las precipitaciones se intensificaron, tanto como los dibujos raros, mientras el líder estaba en otra cosa. Keke Rosberg se pegó duro con el Williams, que quedó desparramado en medio de la pista y Alain Prost entró en trompo en plena recta principal con el posterior golpe contra las defensas y abandono como corolario.

Un par de escenas adelante, Ayrton Senna sacó a relucir una condición de empatía que lo siguió hasta el último acto de su vida. Ante las condiciones climáticas extremas, el paulista aceleraba bajo el agua y, al mismo tiempo, comenzaba a agitar su brazo en señal que los comisarios deportivos detuvieran la prueba. En cambio, las autoridades estiraban la distancia de la carrera al menos a tres cuartos del recorrido con el objetivo de otorgar el puntaje completo. Por ello, apenas fueron tres vueltas menos de las establecidas cuando se cumplió el límite horario de dos horas.

Una vez que la victoria quedó sellada, el piloto brasileño declaraba: “No veía nada detrás mío. Era difícil hasta mantener el auto en línea recta a veces, y seguro que la carrera se tendría que haber parado”.

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Su análisis sin tapujos iba a fondo, como lo hizo arriba del auto. “El gran peligro era que las condiciones cambiaban todo el tiempo. A veces era difícil mantener el auto en línea recta, y seguramente la carrera debería haberse detenido. En una ocasión casi giré enfrente de los pits, como Prost, pero tuve suerte de mantenerme en la pista”, afirmaba en su momento.

Ayrton era furioso a la hora de acelerar, no se guardaba nada y su honestidad cotizaba en bolsa. “La gente piensa que no cometí errores, pero no fue así. Perdí la cuenta de cuántas veces me fui afuera y fuera de control, pero siempre logré volver a pista”.

Había entregado todo en medio de la lluvia. El negro y dorado de Lotus brilló bajo un cielo plomizo de su mano. Esa primera victoria significó una suerte de recompensa a todos los años de esfuerzo que había realizado en el automovilismo desde muy pequeño.

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Cuando eran momentos de lluvia intensa, alguien que algo entendía de F1, decía: “Con el talento que Senna mostró en Montecarlo el año pasado en esas terribles condiciones, cuando atacó con el Toleman con un control maravilloso, no creo que realmente importe lo que puede hacer el Lotus, porque él tiene un talento prodigioso”. Se trataba de James Hunt, campeón del mundo en 1976, quien enhebraba su lectura para la BBC TV desde los palcos de prensa de Estoril, también recreada en la serie de Senna en Netflix.

El inglés no se equivocaba. Porque el talento de Ayrton Senna era superador a las prestaciones de un auto. Y si era sobre asfalto mojado, mucho mejor. Como lo fue en Montecarlo, o como lo fue en Estoril, en donde cantó bajo la lluvia como Gene Kelly.

osvaldo alvarez
Por Osvaldo Álvarez – Periodista especializado y docente universitario
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