La muerte de Ronnie Peterson: la historia guardó muchas respuestas
Septiembre de 1978. Gran Premio de Italia de Fórmula 1. Autódromo de Monza. Esas coordenadas establecen el contexto de una muerte que quedó en la nebulosa. Un accidente que dejó como saldo la partida de Bengt Ronnie Peterson, tal su nombre completo. Era un sueco que derrochaba simpatía y que se asemejaba más a un latino que a un frío hombre escandinavo.
No pudo ser campeón de la Máxima. Sus sueños quedaron truncos en el trayecto entre la largada y la curva Good Year de Monza. Un revoleo múltiple que involucró a 14 autos tuvo al piloto sueco como el más perjudicado: tres quebraduras en una de sus piernas y 17 en la otra. Sus pies, aún con las botitas calzadas, colgaban como dos masas cuando era trasladado en una camilla.
Llegó al hospital de Milán, en donde fue operado y cuando la tendencia marcaba que saldría adelante, una embolia grasa, típica en quienes se han roto en varios pedazos huesos largos, que provoca –según especialistas- desprendimientos plaquetarios que invadieron el cerebro, terminó con sus días. Algunos señalaron y argumentaron mala praxis en el nosocomio. Lo cierto es que nada más se supo sobre el asunto.
Al mismo tiempo, muchos señalaron que ese accidente pudo haberse evitado. Las sospechas se instalaron sobre la muerte de Peterson. El Lotus 79 era una flecha en aquellos tiempos a partir del revolucionario “efecto suelo” que lo hacía mucho más rápido en las curvas veloces. Así Mario Andretti llegó a Monza en una posición cómoda y cercana a quedarse con el título, con 62 puntos. Claro que el sueco estaba cerca, con 51 puntos y perfilado como el único que podía desbancar al 1 de la escudería de Colin Chapman.
Sin embargo, ya no era un secreto que Peterson había firmado con McLaren para el año siguiente. Así, como rara coincidencia en la primera actividad del GP de Italia, el motor de su Lotus explotó y motivó una fuerte salida de pista que dañó el chasis. No alcanzó el tiempo para reparar y el rubio y gentil piloto sueco debió subirse al modelo pasado, al 78, que era el único muletto que Chapman había llevado a Monza.
Los problemas en su modelo 79 no desaparecieron para clasificación. Cuenta la leyenda, que el embrague se quedaba pegado en el piso. Por lo tanto, Peterson debió subirse al Lotus 78, ya vetusto.
Por ello, debió largar desde la tercera fila aquella fatídica carrera. Andretti, Gilles Villeneuve y Niki Lauda zafaron del desastre, que se eternizó con el rojizo del fuego y la explosión. El mismo infierno, con 14 autos destrozados en su mayoría, entre ellos la Ferrari de Carlos Reutemann, con una marca de un fuerte ruedazo en uno de sus laterales.
Vittorio Brambilla quedó inmóvil sentado en su cockpit tras recibir un impacto de una rueda voladora. La ambulancia tardó cerca de 20 minutos en rescatar a Ronnie Peterson de la pista, mientras el humo y el drama no se disipaban.
Nunca se supo, nunca se entendió qué le pasó al sueco, que largó muy mal con el viejo Lotus 78. Lo pasaron por todos los flancos y quedó rodeado en una trampa de 14 autos chocadores.
Mientras los restos del Lotus 78 fue lo último que dejó el asfalto, el show debía continuar, pero las preguntas quedaron estampadas en la historia. Nunca se pudo probar nada.
Los problemas en el modelo 79, la escasa prestación del 78, la largada impropia de sus kilates de pilotos, el recuerdo de Jim Clark, Jochen Rindt y Ricardo Rodríguez, quienes perdieron la vida sobre las flechas negras y cuya senda siguió Peterson. Sin embargo, la historia guardó muchas respuestas.