Opinión

Conflicto ACTC-CDA: no olviden al hincha

Cuando estalla un conflicto siempre hay dos posiciones tan opuestas como radicalizadas. Una guerra va por esa calle, en donde la paz y la verdad son los primeros rehenes. Cuando aparecen intereses en el medio, el tira y afloje toma el centro de la escena y la pelea es inexorable. El pequeño prólogo se aplica en la realidad de nuestro automovilismo vernáculo.

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En un rincón, la Asociación Corredores Turismo Carretera (ACTC); en el otro, la Comisión Deportiva Automovilística (CDA) del Automóvil Club Argentino (ACA). Y en el medio, el hincha. Es el que personifica a la paz y a la verdad. Todos discuten, esgrimen sus verdades, quedan ocultos intereses que nunca faltan a la cita, pero nadie recala en ese hombre, en esa mujer, que arman fines de semanas itinerantes detrás de la ciudad fierrera móvil.

¿Qué es el automovilismo? Esa definición es bisagra para no olvidar al que banca con su aliento, con su presencia y su fidelidad. Quizás se trate de una rara conjunción que pretende acercarse a un axioma. Automovilismo: sinónimo de pasión, pero también de negocios. Y que suelen convivir pese a las diferencias filosóficas.

Si el sol raja la tierra, si derrite el asfalto, el hincha está ahí. Si la lluvia arrecia y desparrama barro y frío, el hincha aparece firme, sin condicionamientos. Si hay que cubrir kilómetros de ruta, el fierrero acomoda sus días y sus horarios para seguir su pasión.

La grieta entre el TC y el ACA es parte de nuestro automovilismo, nacida allá por los 70. Cada uno tiene su as de espadas: ser la autoridad máxima delegada por la FIA, caballito de batalla de la entidad de la avenida Del Libertador; ser la Máxima argenta, la más popular, aquella que es pasional ciento por ciento para el hincha, la herramienta preferida en la calle Bogotá.

Esos argumentos de uno y otro van acompañados por intereses comerciales lógicos y que conviven en todos los rincones, aunque desde varios flancos se intente demonizar la presencia del negocio sobre cuatro ruedas.

Un auto de carreras aparece pintado con leyendas, propaganda, sponsors y desde ahí ya existe el nacimiento de un “negocio”. Y no está mal que alguien pueda facturar, porque se trata de toda una industria sin chimeneas. Claro que cuando el olfato indica que hay una brecha económica potable, la carroza empieza a llenarse.

Deportivamente, el TC ha mantenido intacto ese imán que atrae masas y ahora ha crecido, se ha animado a la modernidad con el relevamiento de su parque automotor. Y había que animarse a dejar en el pasado a las Chevy, a los Falcon, a las GTX, a los Toro. Y se pudo desde la calle Bogotá, porque el hincha sigue armando su misa con música de motores de seis cilindros.

Se ha convertido en una referencia en materia deportiva y hace ruido. No sé por qué, pero se extraña a aquel TC 2000 del “Flaco” Traverso, de “Tito” Bessone, de “Yoyo” Maldonado, del “Loco” Luis Di Palma, de “Cocho” López… ¿Qué pasó con esa especialidad que convivió con el TC en los 80 y los 90, que compartían el amor del hincha del automovilismo?

Si aquella vez fue, quiere decir que se puede. El punto es encontrar el camino adecuado y que presenta como señales al entendimiento y al reconocimiento de aciertos y errores propios y del otro para así despojarse de caprichos sin sentido.

Es que de lo contrario, el que perderá, como le sucede a la verdad en la guerra, será el soberano, ése que no piensa, que sólo siente. No lo olviden.

Osvaldo Álvarez – Periodista especializado y docente universitario
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