
El 1 de mayo de 1994, la curva Tamburello de Imola se quedaba con la insignia de la F1. Senna evaluó no correr, pero la historia lleva 31 años.
“Yo no sé lo que es el destino
Caminando fui lo que fui
Allá Dios, que será divino
Yo me muero como viví
Yo me muero como viví”
(Estribillo de La Necedad, Canción de Luis Eduardo Aute y Silvio Rodríguez)
Cuando suena esta letra con la estupenda melodía con la que la vistió el canta autor cubano, Silvio Rodríguez, aparece un rostro diáfano e inconfundible, con la mirada clavada en el horizonte, pensativo, extraído de la realidad, imbuido en su mundo, como si su aura estuviera en otra parte.
Suenan esos acordes y Ayrton Senna parece pintar su vida y su muerte, sus proezas y sus miedos, sus motivaciones y sus desencantos. A Pesar de los 31 años de su partida, que se cumplen hoy, el brasileño continúa siendo una referencia del automovilismo del planeta.
Su muerte impidió disfrutar mucho más de su talento innato arriba de un bólido de carreras, pero también de haber presenciado el mano a mano, por caso, con Michael Schumacher, que en aquel 1994 venía asomando.
Los amantes de las estadísticas quedarán más enamorados con números como los que enhebró en su carrera: 65 poles, 41 victorias, 80 podios y 19 récords de vuelta. Y las cerezas del postre: tres títulos mundiales en 1988, 1989 y 1990, todo en 161 GP.
Ayrton iba más allá de los fríos números. Derroche de talento en la pista y de generosidad con el chip de ser humano, magnetismo único en el automovilismo. Pero, claro que solo no hubiera pedido edificar semejante cuento de hadas. Porque es leyenda también por sus rivales, Alain Prost, Niki Lauda, Nelson Piquet, Nigel Mansell, René Arnoux, Michael Schumacher, entre otros.
No fue casualidad haberse ganado el respeto de su ídolo, su maestro, Juan Manuel Fangio, a quien hizo subir al podio de Interlagos, en donde se dio uno de los abrazos que quedaron en las páginas doradas de la Máxima.
Y si falta algo más como para dejar bien plasmada la estampa de Ayrton Senna sólo habrá que recrear expresiones de pilotos del pasado y del presente, que no han disimulado su idolatría por aquel brasileño de acelerador generoso, pese a que muchos de ellos no habían nacido. Lewis Hamilton, Checo Pérez, Kimi Antonelli (va con el número 12 en su Mercedes en honor a Ayrton Senna, que ganó su primera carrera en la Máxima con ese número), Fernando Alonso, Daniel Ricciardo, Pierre Gasly y Charles Leclerc, se anotan entre los fanáticos del paulista. Claro que entre los top se han inscripto, por caso, Schumi y el propio Alain Prost, quien tras su retiro hizo las paces con Ayrton Senna tras años tórridos. De hecho en el sepelio multitudinario, fue uno de los que transportó el féretro de su ex enemigo.
¿Un error?

Siempre que se habla de Senna indefectiblemente se apunta a sus cuantiosas virtudes, pero en su condición de mortal, había un garaje para que estacionaran los errores. Sin embargo, hasta cuando se equivocaba dibujaba momentos únicos, que se transformaban en noticia.
Para muchos, quizás su mayor error se dio aquel 1 de mayo de 1994 en el Gran Premio de San Marino, en Imola. Es que siempre nos preguntamos por qué no se bajó del auto y siguió un instinto que lo había visitado ese fin de semana.
De algún modo, Ayrton tenía un mal presagio, pero a pesar de ello decidió hacer lo de siempre; dar todo por ganar, y vaya si no lo dio, que allí se le fue nada menos que su propia vida. Y esa forma de encarar es la que perdura en el tiempo.
Horas de análisis y reflexión encadenó el brasileño entre el 30 de abril y el 1 de mayo. Esas sensaciones raras tenían raíces. Primero sucedió el accidente de su amigo y compatriota, Rubens Barrichello y, por la tarde de ese sábado, ocurrió el primer gran aviso. Roland Ratzenberger se accidentó y perdió la vida en la curva Villenueve a raíz de la rotura del alerón delantero del Simtek.
Era un mensaje premonitorio, que dejó Ayrton en medio de la pasión y la razón. Había que pararse en una vereda o en la otra. Por ello, echó mano a la meditación. Pensó mucho hasta que decidió subirse al Williams FW 16 aquel domingo 1 de mayo.

Toleman, su primer gran juguete
Williams, McLaren y Brabham lo tenían en sus planes, pero la moneda no alcanzaba. Entonces hubo que picar más abajo y así la chance se dio en Toleman, con los TG183B y TG184 diseñados por el ingeniero Rory Byrne. No importó haberse sumado a un equipo de menor poderío, porque el brasileño igual pudo demostrar su potencial.
En el callejero de Mónaco escribió una de sus páginas más preciosas en la categoría. Allí, en donde es el piloto con más victorias -seis- y bajo un temporal de agua le dio forma a un show increíble. Rebasó a campeones como el finlandés Keke Rosberg (Williams), el austríaco Niki Lauda (McLaren) y al francés René Arnoux (Ferrari). Sin embargo, no pudo ganar cuando se perfilaba para hacerlo. Estaba a punto de superar al McLaren de Alain Prost, pero el director de la carrera, el ex piloto belga, Jacky Ickx, dio por terminada la competencia con 31 de las 76 vueltas cumplidas por seguridad.
No importó. Porque ese chico brasileño de 24 años ya había pegado el primer grito. Y su bautismo triunfal se dio el 21 de abril de 1985, en el Autódromo de Estoril, Portugal, en donde se impuso bajo la lluvia a bordo del negro Lotus con dorada publicidad tabacalera. Allí ya daba muestras de lo sobrenatural de su manejo con pista mojada. Donington en 1993 fue otra muestra de habilidad. Es que en ese Gran Premio de Europa, Ayrton Senna -largaba quinto- en la primera vuelta saltó al primer lugar y sacaba cuatro segundos a Karl Wendlinger, Michael Schumacher, Damon Hill y Alain Prost.
La vida deportiva del brasileño también supo de roces furiosos. McLaren fue su realidad en 1988 y 1989, en donde fue famosa su mala relación con el francés Alain Prost. El punto máximo, como olvidarlo, se dio en Suzuka en 1989, cuando ambos quedaron afuera. Senna pudo seguir, ganó pero fue excluido por haber recibido ayuda externa.
La bronca quedó erguida y el paulista se tomó revancha al año siguiente: en Suzuka 1990. Prost se había marchado a Ferrari y largaba segundo, pero en la largada, otro roce los dejó fuera de carrera a ambos.
Acertó, se equivocó, masticó bronca, fue feliz. Siempre a todo o nada, sin especulaciones. Esa forma de sentir el automovilismo se dio de frente con el muro de la curva Tamburello un 1 de mayo de 1994. Allí quedó la última gran insignia de la Fórmula 1.

Entonces, suena una melodía y la letra dice:
“Yo no sé lo que es el destino
Caminando fui lo que fui
Allá Dios, que será divino
Yo me muero como viví
Yo me muero como viví
Como viví
Yo me muero como viví”.
Y la imagen invade: un Williams que se va derecho en la curva y el rostro contemplativo de Ayrton que nos sigue acompañando con sus hazañas en los sueños.
